Departamento de Humanidades UAM-AZC

Fuentes Humanísticas 55.- Exilio; México Escritores.

Información de la Publicación

  Publicación : Fuentes Humanísticas
  Presentación : Enrique López Aguilar
  Titulo : 55.- Exilio; México Escritores.

Número completo

 Resumen Presentación Dossier

Los actos migratorios son inherentes a la naturaleza humana. Pueden suponerse escasos los grupos que, no obstante su amor a la tierra, hayan dejado de moverse de un lugar a otro: incluso para la pequeña ronda migratoria de connotaciones agrícolas (roza, tumba y quema), las comunidades se desplazan dentro de pequeñas o grandes áreas geográficas en búsqueda de otras tierras fértiles, agua, alimentos, mejores condiciones climáticas hasta que, al cabo de siete años, regresan al primer lugar donde sembraron… Si hasta del Paraíso tuvieron que emigrar Adán y Eva, como señala Manuel Durán1, ¿cómo no suponer la salida de tierras más agrestes, menos benditas? ¿Cómo no desear salir de Medio Oriente si la atmósfera circundante es de permanente agresión? ¿De Europa durante la persecución nazi? ¿De la URSS durante las purgas? ¿De España durante la guerra civil? ¿De Estados Unidos durante la intolerancia macartista? Además de los cataclismos naturales y la búsqueda de mejores oportunidades económicas, así como de la falta de un entorno más tolerante y “democrático” (por no decir afín a las aspiraciones individuales), son la guerra, la falta de condiciones de sobrevivencia y los estados violentos y dictatoriales, algunas de las causas por las que muchas personas deciden abandonar su patria para buscar mejores destinos, no obstante la añoranza y el desarraigo. Sin embargo, las muchas palabras existentes en español para designar a los desplazamientos humanos, también matizan las razones y maneras de estos. Trataré de exponer los sentidos más usuales de ese campo semántico.
Para Covarruvias, en segunda acepción, “desterrarse uno es dejar de su voluntad su tierra para no volver más a ella” y “desterrado, el echado de la patria”, donde el autor distingue con agudeza la diferencia semántica, dentro del verbo ‘desterrar’, cuando se produce desde la cláusula cuasirrefleja, o desde un verboide en participio. Refiriéndose a la costumbre ateniense del ostracismo, comenta Covarruvias: “[…] Y esto fue ocasión de que echasen de sí [los atenienses] los más valerosos y más prudentes y sabios, por el miedo que dellos concebían”2. Aunque, para el ostracismo, aclara Manuel Durán:

”Una forma de exilio –limitada a una persona, un individuo– destaca en la historia de la Grecia antigua, y en especial en el siglo v y la época de Pericles […]. Los ciudadanos que habían manejado las naves que derrotaron a los persas [en la batalla de Salamina] se sienten importantes, indispensables. Votan con frecuencia, y hacen pesar su voluntad. Si algún líder les desagrada, votan su destierro: es el ostracismo, nombre derivado de las conchas negras, ostrakos, con que se decidía un voto negativo. Las consecuencias son a la vez positivas y negativas. Algunos hombres ilustres sufren un exilio injusto”.

Sin embargo, destierro y ostracismo tienen connotaciones un tanto alejadas de la palabra exilio, pues ambas sugieren actos de terceros por los cuales se decide que una persona o grupo de personas salga de un lugar (aunque ostracismo está mejor relacionada con el hecho individual), por tratarse de un decreto o juicio políticos. En tal sentido, la salida de los judíos y los árabes de España en 1492, como grupos étnicos y sociales, parece más cercana del sentido de destierro, pues un Real Decreto de los Reyes Católicos, del 31 de marzo de 1492, les impuso esa expulsión, y lo mismo puede decirse de la salida de los jesuitas de todo territorio español durante la segunda mitad del siglo xviii. En términos individuales, algo semejante puede decirse de la expulsión de Dante, de Florencia, con motivo de los conflictos entre güelfos y gibelinos, o el de Trotski, por sus conflictos con Stalin: ostracismo. A propósito de los momentos españoles mencionados, puede decirse lo mismo que Ángel González ha expresado respecto a los efectos de la guerra civil en la España moderna:

”Para la cultura española, tal vez la consecuencia más grave de la guerra civil no fue haber dejado el país escindido, enfrentado en dos mitades difícilmente conciliables, sino el carácter fragmentario, incompleto, que a partir de 1939 se advierte en todas sus manifestaciones. Lo que comienza a vivir, o a resucitar, en España al fin de la contienda no es un país, sino el resto de un país. El exilio deja a España sin una parte importante de sí misma.”

La palabra exilio aparece en español desde Gonzalo de Berceo (San Millán, 34), aunque Covarrubias no la registra en su diccionario y el de Autoridades la considera en desuso. Desde 1939 volvió a ponerse en circulación por influencia del catalán exili y del francés exil. La palabra proviene del latín exs?l?um, ‘destierro’, derivado de exsilire, ‘saltar afuera’. Una palabra cercana en la forma, pero más allegada al hecho migratorio, es el de éxodo. Para el Diccionario de la lengua española, de la rae, en su edición de 1970, significa, en segunda acepción, “Emigración de un pueblo o de una muchedumbre de personas”, si bien Moliner matiza el uso con la afirmación “Marcha de un pueblo o de un grupo de gente en busca de sitio donde establecerse”. En tal sentido, aunque la palabra éxodo sufra de abusos, estrictamente está más relacionada con los movimientos nomádicos en busca de mejores tierras o condiciones de vida (trastornos ocasionados, a veces, por invasiones de otros grupos), como ocurrió con el pueblo armenio en el siglo xi, después de la invasión de los turcos seléucidas. Resulta forzado imaginar que el éxodo relatado en el Antiguo Testamento o el de los armenios sea un exilio, aunque en ambos casos se presente la situación de ‘saltar afuera’, pues en el exilio no es todo un pueblo el que emigra, sino sólo una porción de éste, definida por estratos culturales, políticos, sociales o raciales.
Finalmente, para Moliner, migración es la “acción de trasladarse una raza o un pueblo de un lugar a otro, o de extenderse desde su primitivo emplazamiento”, como es el caso de los “espaldas mojadas” que cruzan la frontera con Estados Unidos, provenientes de casi toda la América Hispánica, para mejorar sus condiciones de vida desde un punto de vista socio-económico. Así, todo exilio y destierro son, en primera instancia, una migración, aunque las causas que los producen son las que modifican no sólo el sentido de las palabras, sino los matices de ese desplazamiento. Para el caso de los exiliados republicanos, las razones de la salida de España son sobradamente conocidas: la derrota de la República obligó a salir de la Patria a quienes la habían defendido de los franquistas, no sólo por haber perdido la guerra, sino por la cruel ferocidad de los insurrectos, que ganaron la guerra gracias al apoyo de la Alemania nazi y la Italia fascista, a la impasibilidad de Inglaterra y Francia, y al escaso apoyo que la Unión Soviética dio a la República. Así, los españoles adultos que salen de España en ese momento inician una emigración cuya condición peculiar es la del exilio, es decir, saltan afuera de su tierra para buscar mejores condiciones de sobrevivencia, pero con la esperanza de regresar pronto, en cuanto se produzca “la caída del tirano”. En ese salto hacia América y otros territorios, casi todos los adultos fueron acompañados por sus hijos, quienes no decidieron esa migración, pero la padecieron en carne propia, aunque en proporciones distintas, pues unos contaban con más de doce años y otros apenas con uno o dos…

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